6.1.11

Capítulo II: Los trabajos y los días

Allí comencé a quedarme sordo. Durante algunos meses perdí la percepción de los sonidos. Un silencio afilado, porque el silencio puede adquirir hasta la forma de una cuchilla, cortaba las voces en mis orejas.

No pensaba. Mi entendimiento se embotó en un rencor cóncavo, cuya concavidad día a día hacíase más amplia y acorazada. Así se iba retobando mi rencor.

[…]

Y fregué el piso, pidiendo permiso a deliciosas doncellas para poder pasar el trapo en el lugar que ellas ocupaban con sus piececitos, y fui a la compra con una cesta enorme; hice recados… Posiblemente, si me hubieran escupido a la cara, me limpiara tranquilo con el revés de la mano.

Cayó sobre mí una oscuridad cuyo tejido se espesaba lentamente. Perdí en la memoria los contornos de los rostros que yo había amado con recogimiento lloroso; tuve la noción de que mis días estaban distanciados entre sí por largos espacios de tiempo… y mis ojos se secaron para el llanto.

Entonces repetí palabras que antes habían tenido un sentido pálido en mi experiencia.

—Sufrirás —me decía—, sufrirás…, sufrirás…, sufrirás…

—Sufrirás… sufrirás…

—Sufrirás… —y la palabra se me caía de los labios.

Así maduré todo el invierno infernal.


- Fragmento de El juguete rabioso, Roberto Arlt


*Si me lo quieren comprar como regalo atrasado de Día de Reyes, no me molestaría.

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